Alfeo y Aretusa

Los antiguos habían observado, de una parte, que el Alfeo, riachuelo de la Elida que nace en las montañas de Arcadia, parecía a menudo desaparecer bajo tierra junto a su desembocadura; y, de otra parte, que la fuente de Aretusa, que brotaba de una roca en la punta de la isla de Ortigia, junto a Siracusa, daba agua dulce en abundancia, a pesar de la proximidad del mar. Esta observación sugirió a los poetas la siguiente fábula:
Alfeo era un intrépido cazador que recorría las montañas y los valles de la Arcadia; un día apercibió a Aretusa, hija de Nerea y Doris, ninfa favorita de Diana, que se bañaba en un arroyo, y se enamoró perdidamente. Aretusa asustada, huye; él la persigue y casi la alcanza. La persiguió hacia Sicilia. Llegada a la isla de Artiga, junto a Siracusa, extenuada de fatiga y a punto de ser alcanzada por Alfeo, imploró, como último recurso, el auxilio de la diosa, que transformó al uno en río y en fuente a la otra.
Pero Alfeo no ha renunciado a su amor bajo su nueva forma y aún quiere perseguir y alcanzar a la ninfa. Por esto, sus aguas dulces pasan por debajo del mar sin confundirse con el agua salada y van a unirse a las de la fuente Aretusa en la isla Ortigia.