Fiestas de diciembre

Cuando se arrancan las fiestas de Diciembre, de las pocas –por no decir únicas- que conservan la propiedad de aglutinar a la familia y a las amistades, surge la necesidad de volver a plantearse el valor de la convivencia humana.

Tal vez porque falla, o porque falta, se nos hace cada vez más imprescindible. Pero no es fácil determinar en qué consiste esa añorada convivencia. Para quienes gustan de la soledad, por las razones que sean, no tiene sentido recurrir a una convivencia que en principio ofrece problemas. Para quienes aman la compañía humana, la convivencia presenta tantos defectos que tampoco vale la pena dedicarse a ella. Y así aumenta día a día la cantidad de solitarios en compañía.

La historia nos demuestra, sin embargo, que la soledad nunca ha sido apetecida por el hombre; antes bien, siempre vemos cómo se desarrollaron los esfuerzos para planificar las más diversas formas de sociedad. Es como si el vivir en conjunto fuese una necesidad imperiosa para la evolución de la humanidad, como si las experiencias tuviesen más valor cuando se comparten.

Pero el transcurso del tiempo ha tergiversado la naturaleza social la naturaleza social y la ha convertido en un suplicio bajo el resonante nombre de convivencia. Hoy se la entiende –o se la practica- como un pacto ante la desesperación. Como un vinculo secundario para lograr otros intereses secundarios. Como expresión del miedo o del servilismo. Como el resultado humillante de una ayuda se pide o se ofrece. Como el desprecio implícito y enmascarado por todas las formas de vida que no encajen en esta fría y particular concepción de la convivencia deshumanizada.

Queremos proponer, en cambio, una convivencia a la luz de la filosofía, es decir, el difícil arte de vivir uno con otros y que, como todas las artes, requiere un paciente ejercicio y una fluida inspiración.

Puede ser que así también haya pactos, pero serán el fruto de seres conscientes, sin intención de subyugar o entronizar a nadie, sino para emprender en colaboración el sendero de la vida con sus experiencias. Entonces no habrán simples cesiones forzadas, si no una actividad deliberada de comprensión. El servilismo será reemplazado por servicio, la humillación, por respeto. En lugar del desprecio que no coincide con el propio punto de vista, entrará a jugar un nuevo diálogo, sin que ninguna de las partes obligue a otra a cambiar esos puntos de vista; lo que no se puede es ignorar que alrededor nuestro existen también otras opiniones. Cierto es que, según lo expresaba Platón, las opiniones son cambiantes y refleja más ignorancia que sabiduría; pero mientras llegamos al seguro puerto del conocimiento definitivo, es bueno que los hombres comencemos por aprender a convivir, puesto que la meta final es equivalente para la humanidad en cuanto a conjunto de seres pensantes y evolucionantes.

Y sobre todo, no esperar que los demás lo hagan todo; dar uno mismo el primer paso hacia la convivencia, aportar todo lo positivo que esté a nuestro alcance y recordar que al ritmo de esta actitud estamos en condiciones de aprender siempre algo de todo y de todos.