Sobre la utilidad de la Filosofía

WILL DURANT

“Ciencia sin filosofía, hecho son valoración ni perspectiva, no pueden salvarnos del el estrago y la desesperación. La ciencia nos proporciona conocimientos, pero solamente la filosofía proporciona sabiduría”

Todos los estudiantes experimentan el placer que se halla en la filosofía y el atractivo que ejercen los mismos prestigios de la metafísica, hasta el momento en que las groseras necesidades de la vida física los arrastren desde las alturas del pensamiento hasta la barahúnda de las luchas económicas y del provecho material. La mayor parte de nosotros hemos conocido algunos días áureos en la primavera de la vida, cuando la filosofía era para nosotros lo que Platón llama “esa amada delicia”; cuando el amor de alguna verdad fugaz, casi ilusoria, nos parecía más glorioso incomparablemente que la codicia de los placeres carnales y de la mundanal escoria.
Y siempre queda en nosotros algún anheloso remanente de aquel temprano galanteo con la sabiduría. <<La vida tiene un significado>>, pensamos con Browning; <<hallar ese sentido es para mi el alimento y la bebida>>. Mucha parte de nuestras vidas está despojada de sentido, se anula a sí misma entre vacilaciones y vanidades. Luchamos con el caos dentro y fuera de nosotros; y con todo, necesitamos creer que podríamos hallar en nosotros algo muy importante y significativo, con tal que pudiéramos descifrar nuestras propias almas. Aspiramos a comprender: <<La vida consiste para nosotros en transformar constantemente en luz y en llama todo cuanto somos y también cuanto hallamos>> ; somos semejantes del Mitya en los hermanos Karamazov, <<de esos que no necesitan millones, sino una respuesta para sus preguntas>>; tenemos necesidad de apoderarnos del valor y de la perspectiva de las cosas que pasan, para poder elevarnos por encima del remolino de las circunstancias cotidianas. Queremos saber que las cosas pequeñas son pequeñas y que las grandes son grandes, antes que sea demasiado tarde; anhelamos ver ahora las cosas, como aparecen para siempre <<a la luz de la eternidad>>. Deseamos aprender a reírnos a la faz de lo inevitable y sonreír ante la presencia misma de la muerte. Aspiramos a ser completados, a coordinar nuestras energías criticando y armonizando nuestros deseos: porque la energía coordinada es la última palabra en moral y en política, y acaso también en lógica y en metafísica. <<Para ser filósofo, ha dicho Thoreau, <<no basta tener pensamientos sutiles ni siquiera fundar una escuela; basta con amar la sabiduría, de modo que podamos vivir, según sus preceptos, una vida sencilla, independiente, magnánima y confiada>>. Podemos tener la certeza de que nos bastará alcanzar la sabiduría para que todas las otras cosas se nos den por añadidura. <<Buscad ante todo los bienes del espíritu>>, nos advierte Bacon, <<el resto será concedido y, en todo caso, no sentiremos perderlo>> La verdad no nos enriquecerá, pero nos liberará.
Algún lector poco amable se nos opondrá, objetándonos que esa filosofía resulta tan inútil como el ajedrez, tan obscura como la ignorancia, tan estéril como la propia satisfacción. <<No hallaréis que sea tan absurdo>>, dice Cicerón, <<que no pueda hallarse en los libros de los filósofos>>. La verdad es que algunos filósofos han poseído toda suerte de sabiduría, menos la del sentido común; y más de un vuelo filosófico se debe a la fuerza ascensional del aire enrarecido. Séanos permitido, en el viaje que vamos a aprender, hacer escala únicamente en los puertos de luz, para librarnos de las cenagosas corrientes de la metafísica y de los <<retumbantes mares>> de la controversia teológica.
Pero ¿la filosofía es realmente infecunda? La ciencia parece avanzar siempre, mientras la filosofía parece perder cada vez más terreno. Pero eso sucede únicamente porque la filosofía acepta la dura y aventurada labor de ocuparse de problemas que todavía no se han abierto para los métodos de la ciencia; problemas como los del bien y del mal, la belleza y la fealdad, el orden y la libertad, la vida y la muerte; desde el momento en que una esfera de investigación ofrece un conocimiento susceptible de formulación exacta, se le llama ciencia. Toda ciencia comienza por ser una arte; surge de las hipótesis y corre hacia las realizaciones. La filosofía es una interpretación hipotética de lo desconocido (como sucede en metafísica), o de lo conocido inexactamente (como sucede en la ética o en la política filosófica); constituye la trinchera del frente en el asedio de la verdad. La ciencia representa el territorio ya conquistado, y detrás de ella se hallan esas regiones seguras en las cuales el saber y el arte construyen nuestro mundo imperfecto y maravilloso. La filosofía parece quedar estancada; pero esto es sólo porque abandona los frutos de la victoria a sus hermanas las ciencias, mientras ella sigue adelante, divinamente insatisfecha, hacia lo incierto y lo inexplorado.
¿Será menester, usar un mensaje más técnico? La ciencia consiste en la descripción analítica; la filosofía en la interpretación sintética. La ciencia se propone resolver el todo en partes, el organismo en sus órganos, lo oscuro en lo conocido. No indaga en los valores y posibilidades ideales de las cosas, ni en si significación total y final; se contenta con mostrar su realidad y su acción presentes; limita resueltamente su mirada a la naturaleza y a los procesos de las cosas, tales como son. El hombre de ciencia es tan imparcial como la Naturaleza en el poema de Turguenev; lo mismo interesa por la pata de una pulga que por los dolores creadores de un genio.
Pero el filósofo no se contenta con describir los hechos: aspira a asegurarse de la relación que tienen con la experiencia general y, por tanto, a alcanzar su significación y su valor; combina las cosas en síntesis interpretadoras; se esfuerza por unir mejor que estaban, las partes de este gran reloj del universo cuyas piezas se han separado analíticamente el investigador científico. La ciencia nos dice cómo hemos de curar y cómo hemos de matar, reduce al por menor la proporción de la mortalidad y después nos mata al por mayor en la guerra; por sólo el saber filosófico –coordinando los deseos a la luz de toda experiencia- puede decirnos cuándo debemos curar y cuándo matar. Observar los procesos y construir medios es ciencia; criticar y coordinar fines es filosofía: y justamente porque en nuestros días los medios y los instrumentos se han multiplicado más allá de nuestra interpretación y nuestra síntesis de los ideales y de los fines, nuestra vida se ve llena de estrépito y frenesí y no significa nada. Porque un hecho nada representa sino en relación con el deseo; no se completa sino en su relación con un propósito y un todo. Ciencia sin filosofía, hechos sin valoración ni perspectiva, no pueden salvarnos del estrago y la desesperación.
La ciencia nos proporciona conocimiento, pero sólo la filosofía puede proporcionarnos sabiduría.
Específicamente, la Filosofía representa e incluye cinco esferas de estudio y discusión: Lógica, Estética, Ética, Política y Metafísica. La Lógica es el estudio del método ideal para el pensamiento y la investigación: observación e introspección, deducción e inducción, hipótesis y experimento, análisis y síntesis, tales son las formas de la actividad humana que la lógica se propone comprender y guiar; representa para muchos de nosotros un estudio harto enojoso y, con todo, los grandes acontecimientos de la historia del pensamiento han sido siempre los progresos que han realizado los hombres en sus métodos de pensamiento y de investigación. La Estética es el estudio de la forma ideal, o sea la belleza; es la filosofía del arte. La Ética es el estudio de la conducta ideal; el conocimiento más elevado, decía Sócrates, es el del bien y del mal, conocimiento de la sabiduría en la vida. La Política es el estudio de la organización social (y no como algunos pueden suponer, el arte y la ciencia de lograr conservar cargos públicos); monarquía, aristocracia, democracia, socialismo, anarquismo, feminismo: éstos son los personajes del drama de la filosofía política. Y finalmente la Metafísica (que se expone a muchas quiebras por no constituir, como las otras formas de la filosofía, una tentativa para coordinar lo real a la luz de lo ideal) <<es el estudio de la realidad última>> de todas las cosas; de la naturaleza real y final de la materia (Ontología), del <<espíritu>> (Psicología filosófica) y de la interrelación entre el espíritu y la materia en los procesos de la percepción y del conocimiento (Epistemología).
Éstas son las partes de la filosofía; pero si se la considera desmembrada de este modo, pierde su belleza y alegría. Nosotros la buscaremos, no en su marchita abstracción y formalidad, sino revestida con la viviente forma que le da el genio; no estudiaremos meramente las filosofías, sino los filósofos; vamos a pasar nuestro espíritu tiempo en compañía de los santos y los mártires del pensamiento. Con dejar que su espíritu nos ilumine, acaso nosotros también, en cierta medida, participaremos de los que Leonardo llamó <<el placer más noble, el júbilo de comprender>>. Cada uno de estos filósofos guarda para nosotros alguna lección, con tal que nos acerquemos a ellos como es menester hacerlo.
<<¿Sabéis>>, dice Emerson, <<el secreto del verdadero sabio? En todo hombre podemos hallar algo que aprender; y en esto yo soy su discípulo.>> Pues bien; ¡sin duda alguna, podemos adoptar esta actitud para con los grandes espíritus, sin detrimento de nuestro orgullo! Y podremos alabarnos, según reza otro pensamiento de Emerson, de sentir, cuando nos hable el genio, como una vaga reminiscencia de haber tenido nosotros también en nuestra lejana juventud un pensamiento parecido al que ahora nos expone el genio, peri que no dispusimos del arte ni de la valentía necesarios para revestirlo de forma y de expresión. Y lo cierto es que los grandes hombres nos hablarán sólo en la medida en que tengamos oídos y alma para escucharles; en la única medida en que tengamos en nosotros, por lo menos, las raíces de lo que en ellos florece. También nosotros hemos realizado las experiencias que ellos realizaron, pero no supimos extraer de ellas su secreto y sutiles significados; no hemos sido sensibles a los armónicos de la realidad que murmuraban a nuestro alrededor. El genio percibe estos armónicos, y la música de las esferas; el genio sabe lo que Pitágoras quería significar cuando dijo que la filosofía es la música más elevada.
Oigamos, pues, a estos hombres, dispuestos s perdonarles sus pasajeros errores, y ávidos de aprender las lecciones que ellos siente la avidez de enseñarnos. <<Sé razonable>>, le dice el viejo Sócrates a Critón, <<y no pienses si los maestros de la filosofía son buenos o malos; piensa únicamente en la filosofía misma. Procura examinarla bien y sinceramente; y si es mala, procura apartar de ellas a todos los hombres; pero si es lo que yo creo, síguela y sírvela y sé animoso>>

Nietzsche: La Gaya Ciencia, prefacio.

De Dignitate et augmentis Scientiarum, VIII,2.