El Arte de Vivir. Epicteto

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Parte del perdurable atractivo y de la difundida influencia del filósofo griego Epícteto (ca. 55-135 d.C.) es que no se preocupó por hacer una distinción entre los filósofos profesionales y la gente corriente, sino que ofreció su mensaje con claridad y celo a todos los que estuviesen interesados en vivir una vida moralmente despierta.

Sin embargo, Epicteto creía firmemente en la necesidad de entrenarse para ir refinando gradualmente el carácter y la conducta. El progreso moral no es el dominio natural de las gentes de alcurnia, ni tampoco algo que se obtiene por casualidad o por suerte, sino el resultado de trabajar sobre nosotros mismos, día a día.

Siguiendo el espíritu democrático de la doctrina de Epícteto, hemos extractado del pequeño volumen  Manual de Vida algunas ideas principales del gran filósofo estoico, utilizando un lenguaje y unas imágenes adaptadas a nuestra época. Son ideas contenidas en el Enchiridion y los Discursos, los únicos documentos existentes que reúnen la filosofía de Epícteto.  E propósito es  comunicar el espíritu, pero no necesariamente la letra, de su doctrina. ad.

Epícteto comprendió bien la elocuencia de la acción. Exhortó a sus estudiantes a evitar las argumentaciones meramente ingeniosas y aplicar activamente su doctrina a las circunstancias concretas de la vida cotidiana. Por consiguiente, el Manual de Vida es un esfuerzo por expresar el núcleo del pensamiento de Epícteto de una manera actualizada y provocadora, que inspire a los lectores no sólo a la contemplación, sino a introducir en su vida esos pequeños y sucesivos cambios que conduce a la dignidad personal y a una vida noble.

 

EL ESPIRITU DE EPICTETO

 

¿Cómo puedo vivir una vida feliz, realizada? ¿Cómo puedo ser una persona buena? Responder a estas dos preguntas fue la única pasión de Epícteto, el influyente filósofo estoico nacido en la esclavitud cerca del año 55 d.C., en Hierápolis, Frigia, en los extremos orientales del Imperio Romano.

Sus enseñanzas, cuando las despojamos de sus antiguos ornamentos culturales, poseen una extraordinaria pertinencia para nuestra época. En ocasiones, su filosofía suena como lo mejor de la psicología contemporánea, y algo como la “Oración de la serenidad”, que recitan los alcohólicos y que caracteriza la etapa de la recuperación: “Concédeme la serenidad de aceptar lo que no puedo cambiar, el valor de cambiar lo que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia”, podría incluirse sin dificultad aquí. En efecto, es posible que el pensamiento de Epícteto sea una de las fuentes de la moderna psicología de la realización personal, puesto que sus enseñanzas han ejercido una enorme influencia sobre los principales pensadores del arte de vivir durante casi dos milenios (aunque su pensamiento es menos conocido hoy en día, debido a la menor importancia que se le concede a la educación clásica).

No obstante, en algunos aspectos importantes Epícteto es muy tradicional y poco contemporáneo. Mientras que nuestra sociedad – en la práctica, si no siempre de manera explícita – considera los logros profesionales, la riqueza, el poder y la fama como algo deseable y admirable, Epícteto consideraba tales cosas como algo insignificante y ajeno a la verdadera felicidad. Lo que importa, en realidad, es en qué tipo de persona nos convertimos, qué tipo de vida llevamos.

Para Epícteto, una vida feliz y una vida virtuosa son una y la misma cosa. La felicidad y la realización personal son consecuencias naturales de hacer lo correcto. A diferencia de muchos filósofos de su tiempo, a Epícteto le preocupaba menos comprender el mundo, que identificar los pasos específicos que conducen a la búsqueda de la excelencia moral. Parte de su genio es el énfasis que pone sobre el progreso moral, por encima de la perfección moral. Con una aguda comprensión de la facilidad con la que los seres humanos nos apartamos de vivir según nuestros más altos principios.  Epícteto exhorta a sus discípulos a considerar la vida filosófica como una progresión de etapas que se aproxima gradualmente a los más preciados ideales de cada uno.

Para Epícteto la noción de la vida buena no consiste en seguir una lista de preceptos, sino más bien en armonizar nuestros actos y deseos con la naturaleza.  Su objetivo no es realizar obras buenas para ganar el favor de los dioses y la admiración de los demás, sino alcanzar la serenidad interior, y con ella, una libertad personal perdurable. La bondad es una empresa de iguales oportunidades, disponible para cualquiera en cualquier momento: rico o pobre, culto o ignorante; y no el dominio exclusivo de los “profesionales de la espiritualidad”, tales como monjes, santos o ascetas.

Epícteto propuso una concepción de virtud sencilla, corriente y cotidiana en su expresión.  Privilegió una vida de constante obediencia a la voluntad divina, por encima de un despliegue extraordinario, conspicuo o heroico de la bondad.

La fórmula de Epícteto para llevar una vida buena se centra en tres temas principales: el dominio de los deseos, el cumplimiento del deber  y el aprendizaje de una clara manera de pensar con relación a nosotros mismos y a nuestras relaciones dentro de la gran comunidad de la humanidad.

Aún cuando Epícteto era un brillante maestro de la lógica y el debate, no hacía ostentación de sus excepcionales habilidades retóricas. Su actitud era la de un profesor alegre y humilde, que urgía a sus alumnos a tomar muy en serio el asunto de vivir sabiamente. Epícteto caminaba durante sus charlas, vivía con modestia en una choza y evitaba todo interés por la fama, la fortuna y el poder.

Cuando Epícteto era joven, su maestro, Epafrodito, el secretario administrativo de Nerón, lo llevó a Roma. Desde temprana edad, el joven y promisorio filósofo manifestó un talento intelectual superior, que impresionó de tal manera a Epafrodito que lo envió a estudiar con el famoso maestro estoico Musonio Rufus.  Epícteto se convirtió en el más célebre discípulo de Musonio Rufus, y con el tiempo fue liberado de la esclavitud.

Epícteto enseñó en Roma hasta el año 94, cuando el emperador Domiciano, amenazado por la creciente influencia de los filósofos, lo expulsó de la ciudad. Pasó el resto de su vida en Nicópolis, en la costa noroccidental de Grecia, donde fundó una escuela filosófica en la que enseñaba cómo vivir con mayor dignidad y serenidad.

Entre sus más distinguidos discípulos se encuentra el joven Marco Aurelio Antoninus, quien llegó a gobernar el Imperio Romano y escribió las famosas Meditaciones, cuyas raíces estoicas se remontan a la doctrina moral de Epícteto. Epícteto murió alrededor del año 135 en Nicópolis.

Si quieres probar tu resistencia, hazlo para ti mismo, no para los demás

No nos hinchemos de orgullo si conseguimos satisfacer nuestras necesidades a bajo costo.  La primera tarea de quien desea vivir sabiamente, es liberarse de los límites del egoísmo.

Consideremos cuánto más austeros que nosotros son los pobres, y cómo soportan las tribulaciones con mayor fortaleza.  Si queremos desarrollar la capacidad de vivir sencillamente, hagámoslo para nosotros mismos, en silencio, y no para impresionar a los demás.

 

La decencia y la belleza interior valen más que las apariencias

Las mujeres se ven especialmente agobiadas por la atención que reciben a causa de su apariencia.  Desde su juventud, son aduladas por los hombres o juzgadas únicamente en términos de su apariencia externa.

Infortunadamente, esto puede llevar a una mujer a creer que sólo está hecha para dar placer a los hombres, y entonces sus verdaderas dotes interiores tristemente se atrofian.  Puede sentirse obligada a dedicar mucho tiempo y esfuerzo a aumentar su belleza exterior y a distorsionar su ser natural para agradar a otros.

Es triste ver que mucha gente –tanto hombres como mujeres- pone toda su atención en el manejo de su apariencia física y de la impresión que causa en los demás.

Quienes buscan vivir una vida sabia llegan a comprender que, aunque el mundo pueda recompensarnos por razones equivocadas o superficiales –tales como nuestra apariencia física, la familia de la que provenimos y cosas semejantes-  lo que importa en realidad es quiénes somos en nuestro interior y en qué tipo de persona nos estamos convirtiendo.

Sé discreto en tu conversación

Darse importancia no es la forma de ser del verdadero sabio.  Nadie disfruta de la compañía de un fanfarrón.  Por consiguiente, no agobiemos a los demás con relatos dramáticos acerca de nuestras hazañas; a nadie le importan tanto nuestras historias y aventuras dramáticas, aún cuando las soporten por un tiempo por amabilidad.  Hablar con frecuencia y en exceso de nuestros propios logros es fatigante y pomposo.

No es preciso ser el payaso del grupo; tampoco necesitamos recurrir a otros métodos indelicados para convencer a los demás de que somos inteligentes, sofisticados o afables.

Las conversaciones agresivas, triviales u ostentosas deben evitarse; ellas sólo nos rebajan en la estima de nuestros conocidos.

Muchas personas condimentan su conversación con obscenidades para comunicarle fuerza e intensidad a su discurso, o para incomodar a los demás.  Rehusemos participar en tales conversaciones.  Cuando la gente que nos rodea comience a deslizarse hacia conversaciones indecentes y desprovistas de propósito, abandonemos el lugar si es posible, o al menos, guardemos silencio y dejemos que nuestra seriedad muestre que este tipo de conversaciones soeces nos ofende.

 

Compórtate con dignidad

Comportémonos siempre como si fuésemos personas distinguidas, independientemente del lugar en que nos encontremos.

Aun cuando el comportamiento de mucha gente es dictado por lo que sucede a su alrededor, sigamos patrones más elevados.  Preocupémonos por evitar fiestas o juegos donde la parranda y la juerga irresponsable sean la norma.  Si nos encontramos en un evento público, permanezcamos aferrados a nuestros propósitos e ideales.

 

Define claramente qué tipo de persona deseas ser

¿Qué tipo de persona deseamos ser? ¿Cuáles son nuestros ideales personales? ¿A quién admiramos? ¿Cuáles son los rasgos especiales de las personas a las que quisiéramos imitar?

Es tiempo de dejar de ser imprecisos.  Identifiquemos claramente qué tipo de persona deseamos llegar a ser.  Si llevamos un diario, escribamos en él a qué aspiramos, para poder tomar como referencia esta auto-definición.  Describamos con precisión la actitud que deseamos adoptar para poder mantenerla cuando estemos solos o en compañía de otras personas.

 

Habla solamente con buena intención

Se presta mucha atención a la importancia moral de nuestros actos y sus efectos.  Pero quienes buscan vivir una vida superior también llegan a comprender el poder moral de las palabras.

Uno de los signos más claros de una vida sabia es la atención que se concede a las palabras.  Perfeccionar nuestra manera de hablar es una de las piedras angulares de un programa espiritual auténtico.

En primer lugar y ante todo, pensemos antes de hablar para asegurarnos de que hablamos con buena intención.  La charlatanería es una falta de respeto para con los demás.  El revelarnos a los otros con ligereza es una falta de respeto para con nosotros mismos.  Muchas personas se sienten impulsadas a expresar cualquier sentimiento, pensamiento o impresión pasajera que tienen, vacían el contenido de sus mentes al azar, y sin prestar atención a las consecuencias.  Esto es peligroso, tanto desde el punto de vista práctico como desde el punto de vista moral.  Si comentamos  toda idea que nos viene a la mente –importante o no- malgastamos en la corriente trivial de la conversación sin sentido ideas que poseen verdadero valor.  El habla descuidada es como un vehículo que pierde el control y se precipita en una zanja.

Si es necesario, guardemos silencio la mayor parte del tiempo o hablemos poco.  Hablar no es bueno ni malo en sí mismo, pero es tan común que la gente hable sin cuidado, que es preciso estar en guardia.  Las conversaciones frívolas son dañinas; además, no es decoroso ser un parlanchín.

Debemos participar en las discusiones cuando la ocasión social o profesional lo exija, pero debemos cuidarnos de que el espíritu e intención de la discusión, y su contenido, valgan la pena.  El parloteo es seductor; no nos dejemos atrapar por él.

No es necesario restringirnos a hablar sobre elevados temas todo el tiempo, pero debemos ser conscientes de que el parloteo que pasa por una discusión de valor tiene un efecto corrosivo sobre nuestros propósitos superiores.  Cuando conversamos acerca de cosas triviales, nos volvemos triviales, pues nuestra atención es acaparada por tales asuntos, y nos convertimos en aquello a lo que prestamos atención.

Nos tornamos mezquinos cuando participamos en discusiones acerca de otras personas.  En especial, debemos evitar culpar, elogiar o comparar unas personas con otras.

Cuando advirtamos que la conversación en la que participamos degenera en palabrería, tratemos, en la medida de lo posible, de reorientarla hacia temas más constructivos.  Pero si nos encontramos entre personas extrañas e indiferentes, limitémonos a permanecer en silencio.

Seamos de buen talante y disfrutemos de una buena sonrisa cuando sea conveniente, pero evitemos el tipo de risotadas descontroladas que degeneran con facilidad en vulgaridad o malevolencia.  Riamos con, pero nunca de.

Cuando sea posible, evitemos hacer promesas vanas.

 

Evita adoptar las opiniones negativas de los demás

Las ideas y los problemas de los demás pueden ser contagiosos.  No nos abrumemos adoptando involuntariamente actitudes negativas e improductivas a través de nuestra relación con otras personas.

Si encontramos a un amigo abatido, a un pariente en duelo o a un colega que ha sufrido un súbito revés de fortuna, cuidémonos de no afligirnos por el aparente infortunio.  Recordemos. “Lo que hiere a esta persona no es el acontecimiento en si mismo, pues otra persona podría ni sentirse oprimida por esta situación en absoluto.  Lo que le duele a esta persona es la respuesta que ella ha adoptado ciegamente”.

No es una demostración de amabilidad o amistad hacia las personas por quienes sentimos afecto, apoyarlas para que se complazcan en sentimientos obstinados y negativos. Nos ayudamos más nosotros mismos y a los demás si permanecemos distantes y evitamos las reacciones melodramáticas.

Mas si conversamos con alguien que está deprimido, herido o frustrado, seamos amables y escuchémoslo con simpatía; sólo cuidémonos de no dejarnos llevar por su abatimiento.

 

Concéntrate en tu deber principal

Hay un tiempo y un lugar para la diversión y el esparcimiento, pero nunca debemos permitir que ellos invaliden nuestros verdaderos propósitos. Si estuviésemos en un viaje y el barco anclara en un puerto, podríamos ir a la playa por agua y hallar una concha o una planta. Pero debemos ser cuidadosos; estemos atentos al llamado del capitán. Mantengamos nuestra atención puesta en el barco; distraernos con nimiedades es lo más sencillo del mundo.  Si el capitán nos llama, debemos estar dispuestos a abandonar estas distracciones y acudir de inmediato, sin siquiera mirar atrás.

Si somos ancianos, no nos alejemos mucho del barco porque podríamos no alcanzar a llegar a tiempo cuando se nos llame.