Empezar el año pensando en Dios

Es bueno empezar el año pensando en Dios… y es bueno también que sea la sinceridad la que guíe nuestros pensamientos, antes que la necesidad impuesta por las modas y conveniencias que también afectan – por lo visto – a las ideas.

Pensar en Dios, para mí equivale a expandir la mente cuanto sea posible, en un intento de abarcar la profundidad insondable del Universo y detenerme con respeto allí donde advierto que mi mente es pobre instrumento para tanta grandiosidad que, sin embargo, presiento. Equivale a expandir el corazón ante lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, y ante la belleza armónica que se desprende de lo uno y de lo otro. Significa comprender aunque no se entienda todo, y significa amar la vida aunque a veces rechinen los dientes por aguantar el dolor que no podemos evitar.

Nunca me han preocupado los nombres que se le ponen, se le pusieron y seguramente se le seguirán poniendo a Dios. Sí me preocupa llegar a Su Esencia que, estoy segura, no tiene ningún nombre ni apellido parecido a los que solemos usar los humanos. Sí me preocupa que a lo largo de los tiempos, más que esforzarse por penetrar en Su Misterio, los humanos se hayan esforzado en imponer por la fuerza uno de sus nombres como mejor y más auténtica que otra; una de sus doctrinas atribuidas como la única en contraposición a todas las otras que también se consideran únicas…

Nunca me ha preocupado que se le rindiera culto de una manera u otra. Pienso, más bien, que todas las maneras son buenas cuando surgen del corazón bienintencionado, de una disciplina religiosa conscientemente aceptada, de un respeto ancestral que busca expresiones por unas u otras vías. Si pudiera, le pondría un templo en cada átomo, sin que ello quite la magnificencia de los miles de templos que los hombres han construido en miles de años.

Todos hablan de un Dios Unico, siempre y cuando que esa unicidad se pliegue a una determinada religión… y sin embargo todos parecen referirse a la misma Fuente Universal…

Sí, es bueno empezar el año pensando en Dios, en la necesidad que tenemos de un elemento unificador, un elemento capaz de poner cordura y sentimiento en cada uno de nosotros, que nos haga vivir la maravilla de Sus Leyes que, efectivamente, son las mismas para todo y para todos.

Es bueno empezar el año estirando una vez más los músculos del alma para ver si alcanzamos esa soñada perfección a la que presumiblemente estamos destinados y, mientras tanto, aceptar con alegría todas las pruebas que nos depare el Destino para demostrar así nuestra fortaleza y nuestra capacidad de evolucionar hacia aquello que nos llama con todas las voces, con todos los nombres, con todas sus formas, con todos sus misterios.