Las sirenas

Cuando el marino deja deslizarse dulcemente su barca en las noches tranquilas de primavera u otoño, no lejos de las costas, en parajes sembrados de escollos o rocas, oye en su derredor, el rumor de las olas y los gorjeos y los cantos de los pájaros de mar. Este murmullo, entrecortado de vez en cuando por gritos estridentes y burlones, se eleva en los aires, y pasa invisible, con extraño ruido de alas por encima del marino, dándole la ilusión de un concierto de voces humanas. Su imaginación le representa entonces grupos de jóvenes que se divierten y tratan de desviarle de su camino. Desgraciado de él si se aproxima al sitio donde cree oír las voces, a las rocas a flor de agua donde la pesca es fructífera para el pájaro marino: su barca infaliblemente se pierde y se rompe entre los escollos.
Tal es, sin duda, el origen de la fábula de las Sirenas, pero la imaginación de los poetas les ha creado una leyenda más maravillosa.
Eran hijas del río Aquelñous y la musa Calíope. Cuéntanse tres, ordinariamente: Parténope, Leucosia y Ligea, nombres griegos que evocan las ideas de candor, blancura y armonía. Otros las llaman. Aglaofone, Telxiepia y Pisinoé, denominaciones todas que expresan la dulzura de su voz y el encanto de sus palabras.
Cuéntase que en tiempo del rapto de Proserpina vinieron las Sirenas a la tierra de Apolo, es decir, Sicilia, y que Ceres, en castigo de no haber socorrido a su hija, las trocó en pájaros.
Cuenta Ovidio, al contrario, que las Sirenas, desoladas por la pérdida de su joven compañera, rogaron a los dioses que les dieran alas para poder ir a buscarla por toda la tierra. Habitaban la orilla del mar, entre la isla de Caprea y la costa de Italia.
El oráculo había predicho a las Sirenas que vivirían mientras pudieran detener a los viajeros, pero que desde que uno solo pasara sin detenerse al encanto de su voz y sus palabras, ellas morirían.
Así pues, estas encantadoras, siempre despiertas, no dejaban de detener con su armonía a todos los que llegaban junto a ellas y cometían la imprudencia de escuchar sus cantos. Ellas les encantaban tan bien, que no pensaban más en su patria, en su familia ni en ellos mismos: olvidaban la comida y la bebida y morían de inanición. La costa vecina estaba blanca de las osamentas de los que habían muerto de aquella manera. Sin embargo, cuando los Argonautas pasaron pos sus parajes, sus esfuerzos fueron vanos. Orfeo, que iba en el navío, las encantó hasta el extremo de que ellas quedaron mudas y lanzaron sus instrumentos al mar.
Ulises se vio obligado a pasar si navío por delante de las Sirenas, pero, advertido por Circe, tapó con cera los oídos de sus compañeros y se hizo atar de pies y manos a un mástil. Prohibió, además, que le desataran si al oir la voz de las Sirenas manifestaba deseos de detenerse. Estas precauciones no fueron inútiles: apenas hubo Ulises oído a las encantadoras, sus dulces palabras, sus seductoras promesas, cuando, a pesar del consejo recibido y la certeza de perecer, intimó a sus compañeros a desatarle, cosas que ellos se cuidaron de hacer: No habiendo podido retener a Ulises, se precipitaron al mar y las islillas rocosas que ellas habitaban frente al promontorio de Lucania, fueron llamadas Sirenusas.
Las Sirenas son representadas tan pronto con cabeza de mujer y cuerpo de pájaro, como con todo el busto de mujer y cuerpo de pájaro de la cintura a los pies. Se les ponen instrumentos en las manos: una tiene una lira, otra dos flautas y la tercera un caramillo o en actitud de cantar. También se las pinta con un espejo. No hay autor antiguo alguno que no haya representado las Sirenas como mujeres-peces.
Aún cuenta Pausanias una fábula de las Sirenas: “Las hijas de Aquelous, -dice-, animadas por Juno, pretendían la gloria de cantar mejor que las Musas y osaron desafiarlas; pero las Musas las vencieron, les arrancaron las plumas de las alas y se hicieron coronas.” Hay, en efecto, antiguos monumentos que representan a las Musas con una pluma sobre la cabeza.
Por peligrosas y temibles que fueran, las Sirenas no dejaban de tener honores divinos. Tenían un templo junto a Sorrento.