Los Cíclopes

Gigantes monstruosos, hijos de Neptuno y Anfítrite y del Cielo y la Tierra según otros, no tenían sino un ojo en medio de la frente, de los que les viene el nombre (Rad, cuclos y ops; círculo u mirada). Vivían de los frutos que la tierra les daba sin cultivo y del producto de sus ganados. Ninguna ley les gobernaba. Se les atribuye la construcción primitiva de las ciudades de Micenas y Tirinto, formadas de masas tan enormes que para arrastrar la más pequeñas se necesitaban dos pares de bueyes.
Júpiter los precipitó en el Tártaro desde que nacieron, pero a intercesión de Tellus, -la Tierra-, que le había predicho la victoria, los puso en libertad. Fueron los herreros de Vulcano y trabajaban en la isla de Lenos, en las profundidades de la Sicilia o bajo el Etna. Fabricaron para Plutón el casco que le hizo invisible, para Neptuno el tridente con que revuelve o calma los mares y para Júpiter el rayo con que hace temblar a dioses e inmortales.
Los tres principales Cíclopes eran: Brontes, que forjaba el rayo, Esteropé, que lo tenía sobre el yinque y Piracmón, que lo batía a golpes redoblados; pero pasaban una centena. Cuéntase que Apolo, para vengar a su hijo Esculapio herido por el rayo, los mató a todos a flechazos.
Varios poetas los han representado como los primeros habitantes de Sicilia y los han considerado como antropófagos. Sin embargo, a pesar de su crueldad o su barbarie fueron puestos en el número de los dioses, y se les ofrecían víctimas en un altar que en el templo de Corinto les estaba dedicado.
El mayor, el más fuerte y célebre de los Cíclopes era Polifemo, hijo de Neptuno y de Ninfa Toosa. Se nutría sobre todo de carne humana. Cuan Ulises fue arrojado por una tempestad a las playas de Sicilia que habitaban los Cíclopes, Polifemo le encerró, para devorarle, con todos sus compañeros y algunos ganados de carneros en un antro; pero Ulises le hizo beber tanto vino, entreteniéndolo con el relato del sitio de Troya, que lo emborrachó. Luego, ayudado por sus compañeros, le destrozó el ojo con una estaca terminada en punta.
El Cíclope, sintiéndose herido, gritó atrozmente; todos sus vecinos acudieron para saber lo que había ocurrido; y cuando le preguntaron el nombre del que le había herido respondió que Nadie, -porque Ulises le había dicho que se llamaba así-, y todos creyeron que había perdido el juicio y se volvieron. Ulises sin embargo, ordenó a sus compañeros que se pusiera cada uno debajo de un carnero para no ser detenidos por el Cíclope cuando tuviera éste que gobernar su ganado.
Lo que él había previsto sucedió, pues Polifemo, después de quitar una piedra que tapaba la entrada de la caverna y que cien hombres no hubieran podido mover, se colocó de manera que los carneros no podían salir sino uno a uno entre sus piernas. Cuando oyó que Ulises y sus compañeros estaban fuera les arrojó una roca de enormes dimensiones que ellos evitaron fácilmente, y luego se embarcaron sin haber perdido sino cuatro compañeros que el Cíclope se comió.
Polifemo, a pesar de su ferocidad natural, se enamoró de una ninfa del mar, de la nereida Galatea que estaba, a su vez, enamorada del joven y hermoso pastor Acis. Indignado por esta preferencia, Polifemo lanzó una roca sobre el joven y le aplastó. Galatea, en vista de esto, se lanzó al mar a juntarse con las Nereidas sus hermanas; después a súplicas suyas, Neptuno convirtió a Acis en un río de Sicilia.
La fábula del Cíclope Polifemo ha inspirado a más de un pintor, entre ellos a Aníbal Carrache y a Le Poussi