Mito de Giges y la Sortija

Estamos en presencia de una de los tantos momentos de la historia en la que los valores humanos no son ya tema de discusión. Y no deberían serlo si asumimos que estos son desarrollados en forma constante, a través de los sistemas educativos, informativos y otros menos formales que existen. Sin embargo vemos que la realidad es totalmente contraria. Se vislumbra cada vez más una pérdida de valores atemporales que definitivamente son preocupantes. Evidentemente es muy difícil dar definiciones categóricas considerando lo limitadas de nuestras posibilidades de análisis. No es extraño equivocarse ante tanta diversidad de criterios, tantos como individuos existen, y no es extraño además suponer que todo el mundo tiene la razón. Es la manera como trabaja la mente. Un simple mecanismo de defensa instintivo permite a la mente encontrar siempre todos los justificativos necesarios para evitar el sentimiento de culpa, o el haber cometido faltas, o simplemente no querer ver las injusticias, etc. El materialismo recalcitrante de la época hace que cada vez tengamos más inseguridad. Este materialismo construye valores temporales, como la materia, efímera, pasajera, aburridora. Por ello el individuo atrapado en las exterioridades materiales de su cuerpo, habiéndose mimetizado con él, necesita ahora satisfacer todo tipo de necesidades, especialmente a nivel psíquico, convencido de que “esto es vida”. Por ello es fácilmente observable, a pesar de los argumentos al inicio de este artículo, y mediante una gran cantidad de medios de comunicación que emiten lo mismo, porque “vende”, que una gran cantidad de individuos, alejados por voluntad propia o por falta de acercamiento a la verdadera cultura, por su endoculturamiento, no luchan por los valores atemporales, es decir, “tienen precio”: ¿No es verdad que se dice entre líneas y broma, “todo hombre tiene precio”? Claro, en el ejemplo de Giges y la sortija mágica que el sabio Platón escribe en su libro La República, parecería lógico pensar que si pudiera cualquier individuo ser impune, cometería toda clase de abusos e injusticias. Y claro, muchas veces, amparados en la fuerza de las mayorías se cometen atropellos al sentido común y la justicia que, verdaderamente es insoportable. Por ello es necesario comprometerse en la formación, primero de los valores atemporales necesarios en uno mismo, trabajar con ellos y estar convencidos en lo posible, de su valor, veracidad y por último que nos conduce a la verdadera felicidad, y definitivamente con ese convencimiento, trabajar en pro de una cultura de individuos sanos, justos y fuertes, que no requieran de impunidad alguna, ni el refugio en las mayorías para dar rienda suelta a sus instintos, sino que sea su conciencia sea la que lo guíe, pero habrá que recordar eso si, lo que construye la conciencia es una educación sólida, no basada en el peso de la información, sino en la calidad de la formación, que no es otra cosa que la verdadera moral.

Y en cuanto a que los buenos lo son por su impotencia de ser injustos, forzoso será que hagamos la siguiente suposición: demos libertad a cada cual, justo e injusto, para que proceda a su antojo, y veamos luego hasta dónde son capaces de llevar su capricho. Sorprenderemos al hombre justo en flagrante delito, dominado por la misma ambición que el injusto y llevado por naturaleza a perseguirla como un bien, aunque por ley necesaria se vea conducido al respeto de la igualdad.
Esta libertad a que me refiero podrían disfrutarla quienes dispusiesen de un poder análogo al del antepasado del lidio Giges, que dicen era pastor al servicio del entonces rey de Lidia. Habiendo sobrevenido en cierta ocasión una gran tormenta acompañada de un terremoto, se abrió la tierra y se produjo una sima en el lugar donde apacentaba sus rebaños. Ver esto y quedar lleno de asombro fue una misma cosa, por lo cual bajó siguiendo la sima, en la que admiró, además de otras cosas maravillosas que narra la fábula, un caballo de bronce, hueco, que tenía unas puertas a través de las que podía entreverse un cadáver, al parecer de talla mayor que la humana. En éste no se advertía otra cosa que una sortija de oro en la mano, de la que se apoderó el pastor, retirándose con ella.
Luego, reunidos los pastores en asamblea, según la costumbre, para informar al rey, como todos los meses, acerca de los rebaños, se presentó también aquél con la sortija en la mano. Sentado como estaba entre los demás, sucedió que, sin darse cuenta, volvió la piedra de la sortija hacia el interior de la mano, quedando por esta acción oculto para todos los que le acompañaban, que procedieron a hablar de él como si estuviera ausente. Admirado de lo que ocurría, de nuevo tocó la sortija y volvió hacia fuera la piedra, con lo cual se hizo visible. Su asombro le llevó a repetir la prueba para asegurarse del poder de la sortija, y otra vez se produjo el mismo hecho: vuelta la piedra hacia dentro, se hacía invisible, y vuelta hacia fuera, visible. Convencido ya de su poder, al punto procuró que le incluyeran entre los enviados que habrían de informar al rey, y una vez allí sedujo a la reina y se valió de ella para matar al rey y apoderarse del reino. Supongamos, pues, que existiesen dos sortijas como ésta, una de las cuales la disfrutase el justo y la otra el injusto; no parece probable que hubiese nadie tan firme en sus convicciones que permaneciese en la justicia y que se resistiese a hacer uso de lo ajeno, pudiendo a su antojo apoderarse en el mercado de lo que quisiera o introducirse en las casas de los demás para dar rienda suelta a sus instintos, matar y liberar a capricho, y realizar entre los hombres cosas que sólo un dios sería capaz de cumplir.
Al obrar así, en nada diferirían uno de otro, sino que ambos seguirían el mismo camino. Con esto se probaría fehacientemente que nadie es justo por su voluntad, sino por fuerza, de modo que no constituye un bien personal, ya que si uno piensa que está a su alcance el cometer injusticias, realmente las comete. Ello, porque todo hombre estima que, particularmente, esto es para sí mismo, la injusticia le resulta más ventajosa que la justicia, en lo cual estará de acuerdo el que defiende la teoría que ahora expongo. Pues, verdaderamente, si hubiese alguien dotado de tal poder que se negase en toda ocasión a cometer injusticias y a apoderarse de lo ajeno, parecería a los que le juzgasen un desgraciado y un insensato, aunque reservasen el elogio para sus conversaciones, temiendo ellos mismos ser víctimas de la injusticia. Esto es lo que puede decirse en tal caso.