¿Qué es la civilización?

La historia humana es un fragmento de biología. La humana es apenas una entre incontables millones de especies y, como todo el resto, está obligada a luchar por la existencia y sujeta a aquella ley que indica que solamente sobreviven los más fuertes.
La psicología, la filosofía, los sistemas de gobierno y las utopías deben hacer las paces con estas leyes biológicas. Los orígenes del hombre datan de aproximadamente un millón de años antes de Cristo. La agricultura data de apenas 25000 años antes de Cristo.
Por lo tanto, el hombre ha vivido cuarenta veces más tiempo como cazador nómade que como cultivador de suelos con residencia estable. La base de su naturaleza se formó en esos 975.000 años, y desde entonces continúa desafiando a la civilización día tras día.
En su etapa de cazador el hombre era ávida y codiciosamente adquisitivo, porque tenía que serlo. Su fuente de alimento era siempre incierta, y cuando atrapaba una presa bien podía – o no- devorarla hasta colmar la capacidad de su estómago y quedar ahíto, sobre todo teniendo en cuenta que pronto se echaría a perder; muchas veces la comía cruda…o “jugosa”, como solemos decir cuando regresamos al período de cazadores en nuestros profundamente masculinos restaurantes. Además, miles de veces durante esos miles de años, el hombre tuvo que ser belicoso y estar siempre dispuesto a pelear: por su alimento, por su pareja o por su vida. Cuando podía, tomaba más de una compañera; las cacerías y las luchas eran mortalmente peligrosas y solían dejar una superpoblación de mujeres, por lo que el macho era polígamo por naturaleza. Tampoco debía preocuparse por el control de la natalidad, ya que los hijos eran útiles primero en la choza y luego en las cacerías. Por estas razones, la belicosidad, la avidez y la sexualidad siempre despierta eran virtudes es la etapa del cazador; es decir, requisitos básicos de supervivencia.
Y todavía constituyen la base del carácter del macho. Incluso en las más altas civilizaciones, la función principal del macho sigue siendo salir de cacería para obtener alimento para su familia o bien algo que, en caso de necesidad, pueda ser cambiado por alimento. Por muy brillante que sea, el macho es esencialmente tributario de la hembra, que es y simboliza la matriz y la continuidad de la especie.
Es probable que la agricultura –piedra fundamental de la civilización- haya sido desarrollada por la mujer. Seguramente fue ella quien advirtió el crecimiento de las plantas a partir de las semillas caídas de los frutos o los árboles. Entonces, tentativa y pacientemente comenzó a plantar semillas cerca de la cueva o la choza mientras el hombre salía de caza. Cuando el experimento dio fruto, su compañero llegó a la conclusión de que podía unirse con otros machos para defenderse mutuamente de posibles ataques externos y colaborar con su mujer en la plantación y la cosecha, en lugar de apostar su vida y su provisión de alimento a la incierta fortuna de la cacería o del pastoreo nómada.
Con el correr de los siglos, el hombre se fue acostumbrando al hogar y a la vida estable. En un principio, la mujer domesticó a la oveja, al perro, al asno y al cerdo; luego domesticó al hombre. El hombre es el último animal domesticado por la mujer, sólo parcial y renuentemente civilizado. Lentamente aprendió de ella las cualidades sociales: el amor familiar, la amabilidad, la sobriedad, la cooperación, la actividad comunitaria. La virtud tuvo que ser redefinida como toda cualidad que hiciera a la supervivencia del grupo. A mi entender, ese fue el principio de la civilización; es decir, de ser ciudadanos civiles. Pero entonces comenzó también el profundo y constante conflicto entre naturaleza y civilización, entre los instintos individualistas hondamente arraigados durante la prolongada etapa cazadora de la historia humana y los instintos sociales débilmente desarrollados durante la más reciente etapa de asentamiento. Precisamente, los asentamientos debían ser protegidos mediante la acción conjunta; la cooperación entre individuos se transformó en herramienta de competencia entre grupos: aldeas, tribus, clases, religiones, razas, estados.
La mayoría de los estados se encuentran todavía en estado de naturaleza: no han dejado de ser cazadores. Las expediciones militares equivalen. Las expediciones militares equivalen a cacerías de alimento, combustible o materia prima; el triunfo en la guerra no es más que la manera de alimentarse de muchas naciones. El estado-que no es otra que nosotros de y nuestros impulsos multiplicados por los factores de organización y defensa –expresa nuestros viejos instintos de adquisición y belicosidad porque, como el hombre primitivo, se siente inseguro; su codicia es un vallado contra futuras necesidades y escaséese. Sólo cuando se siente externamente seguro puede atender sus necesidades internas y estar a la altura de los impulsos sociales que son fruto de la civilización. Los individuos se volvieron civilizados cuando su participación en una comunidad eficaz y protectora les brindó seguridad suficiente; los estados se volverán civilizados cuando su participación en un grupo confederado leal, eficaz y protector les brinde seguridad suficiente para serlo.
¿Cómo, entonces, pudo desarrollarse la civilización a pesar de la innata naturaleza cazadora del macho? Sin pretender sofocar esa naturaleza, sino reconociendo que ningún sistema económico puede mantenerse durante largo tiempo sin atraer los instintos adquisitivos y estimular capacidades superiores a ellos ofreciendo recompensas también superiores. Podríamos decir que la civilización sabía que ningún estado ni individuo puede sobrevivir mucho tiempo si no está dispuesto a luchar por su autopreservación. Y que ninguna sociedad, raza o religión puede durar si no se reproduce. Pero también comprendió que si el espíritu adquisitivo no era controlado inevitablemente conduciría al hurto minorista, el robo mayorista, la corrupción política y a una concentración tal de la riqueza que invitaría a la revolución.