Una de las más bellas frases que nos ofrece la Historia del pensamiento es aquella invitación del emperador filósofo Marco Aurelio a contemplando el Universo: “Contempla el curso de los astros, como si tú evolucionaras con ellos y considera sin cesar las transformaciones mutuas de los elementos. Porque estas imaginaciones purifican la suciedad de la vida a ras de suelo”, nos dice en sus Meditaciones. Quizá buscando ese benéfico efecto de sentirse partes de un inmenso conjunto cósmico, quienes lo estudian y tratan de desvelar sus claves se acercan de un modo natural a la Filosofía, que estaría en la base de todo conocimiento.
La Ciencia, esa aventura del hombre en busca de respuestas, nos viene proporcionando abundantes datos que nos permiten construir una imagen del Universo no tan distante o ajena a la que trataban de revelar los grandes mitos de las antiguas civilizaciones. Vamos desvelando así los significados de muchos símbolos y comprobando que, lejos de pertenecer a fases infantiles de la evolución de la Humanidad, como pretendían los evolucionistas en el siglo XIX, responden a elaboradas construcciones interpretativas, que guardan conocimientos de hondo calado. Crece nuestro respeto por el potente acervo de investigación y de saber que sustenta una visión del mundo mucho más completa y audaz que la ofrecida por las concepciones materialistas, y más cercana a nuestros actuales paradigmas, ya dispuestos a integrar el pensamiento simbólico y el método comparativo para encontrar las respuestas a nuestro deseo de conocer.
La Ciencia contemporánea y la Tradición simbólica de las grandes civilizaciones se están dando la mano, como si cerraran el círculo del tiempo, tantas veces simbolizado por la serpiente que se muerde la cola y gira sin cesar. He aquí una de las características más apasionantes, si se quiere, de los signos que ofrece este Tercer Milenio, para las mentes inquietas, incansables buscadores de una sabiduría atemporal que unifique a la Humanidad en un destino común.
Del estudio de los grandes temas universales se deduce la toma de conciencia de las transformaciones continuas que nos afectan, desgarrando nuestra identificación con las cosas y las experiencias pasajeras, nos indica Marco Aurelio. No es el único filósofo que nos advierte sobre la necesidad de captar el cambio incesante que sostiene a la realidad que percibimos como tal.
Otros maestros, como Confucio, también lo hicieron y nosotros los hemos recordados en nuestras páginas.
Hermosa propuesta de liberación de los asuntos que nos preocupan y encadenan, muy en el espíritu de nuestro tiempo: abrir nuestra mente al Universo y sus ciclos y obtener allí una cierta serenidad para vivir de manera más plena y humana.
Extractado de la Revista Esfinge Nº 27