El tambor, ritmo mágico del universo

drum

“…Entonces el tambor batió al ritmo de las cosas terrestres e invocó al ojo del cielo, a los Dioses del cielo, de la luna y del río; y los árboles empezaron a danzar y los peces se hicieron hombres y los hombres se hicieron peces y las plantas dejaron de brotar” – G. Dkara, poeta nigeriano.

El tambor como instrumento

El tambor encierra algo profundo y misterioso que ha obligado al hombre a tenerlo consigo desde la noche de los tiempos y a hacerlo sonar en los momentos más importantes de su vida.

La antigüedad del tambor es imposible de determinar, pues no hay datos históricos que corroboren su aparición. Quizá todo comenzó cuando el hombre reemplazó sus extremidades por objetos naturales, con el fin de obtener un sonido más fuerte. Así, las manos fueron sustituidas por palos para golpear y el pecho por calabazas o pucheros.

Para Schaeffner, tambor es toda cavidad que resuene, tanto si está abierta como si ha sido cerrada por una tapa de material duro o blando, tanto si se ha horadado en la tierra como si está aislada del suelo.

La evolución continúa hacia más altas formas de percusión, cuando aparecen los tambores de hendidura (tronco de madera, tallado y quemado a través de una larga hendidura). Más frecuentemente y conocido por nosotros es el tambor de parche elaborado en piel, que existe por todo el mundo con una variedad en formas y tamaños increíble.

Los monumentos antiguos de Egipto, Asiria, India y Grecia awwwiguan con sus esculturas y pinturas murales el uso de este instrumento desde épocas remotas. Se supone originario de la India, aunque nada se sabe con certeza.

Los griegos del siglo V a.C. aplicaron la técnica y la mecánica al tambor tradicional y utilizaron en sus representaciones de teatro unos tambores percutidos por mazas basadas en ruedas dentadas ”de escape”, como mil años más tarde iban a ser aplicadas a los relojes .

Poco más ha evolucionado el tambor, pues ha mantenido sus formas durante miles de años desde que fuera “inventado” por el hombre.

El Tambor y sus efectos en el hombre

Que la música influye en el organismo y el comportamiento humano nadie pone y en duda.

Conociendo este poder, las antiguas civilizaciones emplearon el tambor para conseguir determinados efectos en el hombre, y así vieron que su cualidad es estrepitosa, potente y tiende a despertar y excitar, por lo que prepara al hombre para la acción. Es por eso por lo que el tambor es el encargado de mantener el ritmo de marcha en un ejército y de los ejercicios físicos con fines rituales, como se acostumbraba a realizar en algunos cultos griegos, y sigue efectuándose en Irak e Irán, o como se utilizan en los cambos de entrenamiento de las artes marciales de Japón, China y Corea; o entre los famosos remeros de los barcos que mantenían el ritmo frenético de su boga a golpe de tambor…. Habían comprobado que su sonido aliviaba la fatiga, llenando un vacío psicológico e impidiendo que la mente concienciara el cansancio, al tiempo que unificaba a lo individuos como si se tratara de un solo cuerpo y un solo ser.

Muchos pueblos utilizaron el tambor en sus ceremonias religiosas, por su sencillez, por su simbolismo o por sus poderes mágicos. Aspectos desconocidos hoy por nosotros, pues el cristianismo en sus primeros tiempos se encargó, a través de Isaías, de prohibir el tambor en la liturgia cristiana, junto con otros instrumentos musicales de las culturas mediterráneas, por su asociación con cultos politeístas y paganos. Sin embargo, algo de aquella mentalidad mágica ha perdurado hasta nuestros días, como lo demuestra la Tamboreada de San Sebastián, donde diez mil tambores hacen estremecer el cielo y la tierra durante 24 horas.

Es así como en otras culturas el tambor asume un papel de primer orden, como en las ceremonias chamánicas, donde va a ser el encargado de producir el éxtasis del chamán, facilitando su viaje extático al “Centro del Mundo”, al “Cielo” o al “Submundo”, gracias a ese pulso isócrono del tambor, que en su monótona y prolongada repetición provoca el trance y una cierta hipnosis entre los oyentes.

El ethos enthousiastikon de los griegos era utilizado en las ceremonias religiosas para provocar un éxtasis momentáneo, como en el caso de los ritos de Dionisos, Baco o Cibeles. También en las danzas rituales africanas, donde son los tambores quienes se encargan de producir un estado de elevación espiritual no muy comprensible para nuestra mentalidad occidental.

Simbolismo del tambor

El simbolismo del tambor es bastante amplio, y en realidad habría que tener en cuenta de qué materiales está hecho, su forma, su ritmo, su timbre, etc.

Quizá uno de sus significados más destacables sea como símbolo del Sonido Primordial. Recordemos que en la mayoría de los textos religiosos aparece la Divinidad Creadora realizando su obra a través de ese “Sonido Primordial” o “Verbo” dando origen a todo lo manifestado. El tambor aparece asociado a los Dioses creadores, como en la India, donde es uno de los atributos de Shiva Nataraja (Danzante Cósmico), que por medio de su danza mantiene el ritmo infinito del Universo. El tambor del Shiva tiene forma de reloj de arena (damaru); el punto común de los dos conos opuestos es el germen de la manifestación, a partir de la cual se despliegan y desarrollan los ritmos cíclicos.

También lo es del mismo Brahma en su contraparte femenina, Sarasvati (el Mridanga hindú, del que legendariamente se dice que fue inventado por el propio Brahma). O de la Dakini búdica, donde el ritmo está ligado a la expansión del Drama, a propósito del cual el Buda evoca el tambor de la inmortalidad.

Algo que todavía nos recuerda esta asociación tambor-creación, aunque de forma inconsciente, es que en algunos países se marcan aún hoy en día las horas civiles y religiosas con un tambor y no con una campana.

También aparece asociado con los dioses de la Tormenta, y así, en China, el dios del Trueno lleva un cinturón del que cuelgan tambores, y en su mano un mazo para hacerlos sonar en las tormentas. Para los mayas el tambor es la representación simbólica del trueno, que tiene poder de muerte y de fecundidad. Pero en la China antigua está asociado al recorrido aparente del Sol y, lo que viene a ser lo mismo, al solsticio de invierno: el solsticio es el origen de esta carrera en su fase ascendente, el comienzo del crecimiento del yang. Por esta razón el redoble de tambor acompaña al trueno y está asociado al agua –elemento del norte y del solsticio invernal-, al odre celeste, al rayo, a la forja y al búho; estos últimos símbolos están ligados al solsticio de verano y por lo tanto al punto de máximo dominio del yang.

Obviamente el uso del tambor de guerra está también asociado con el rayo y el trueno en sus aspectos destructores. El atabal (tambor de guerra) es el símbolo del arma psicológica que deshace desde el interior toda resistencia del enemigo; se considera sede de una fuerza sagrada. 600 tambores instalados de dos en dos sobre 300 camellos y golpeados simultáneamente precedían al ejército musulmán que en el siglo XIII tomó por asalto San Juan del Acre.

El tambor no solamente toca la alarma y la ofensiva, sino que es también la propia voz de las potencias protectoras. Y está ligado asimismo a los dioses de la Guerra, como es el caso de Indra en la India o Ares y Marte en las tradiciones griegas y romanas.

Para los indios norteamericanos el tambor está cargado de misticismo y relacionado también con la creación. Alce Negro dice: “La forma redonda del tambor representa al Universo y su toque regular y fuerte es el pulso, el corazón que late en su centro. Es como la voz del Gran Espíritu, y este sonido nos pone en movimiento y nos ayuda a comprender el misterio y el poder de todas las cosas” Se confería un grado superior de eficacia al tambor pintando motivos mágicos relacionados con los más fuertes ruidos naturales: pezuñas de bisonte para recordar el resonar sordo de las galopadas y el zigzag de relámpagos para materializar el estrépito del trueno.

Como dijimos antes, para realizar el viaje místico al “Centro del Mundo”, a la residencia del Árbol Cósmico y del Señor Universal, el chamán se sirve de su tambor. Con una de las ramas de este árbol fabrica la caja, por lo que al tañerlo es proyectado mágicamente cerca del Árbol Cósmico y al “Centro del Mundo”, y por el mismo impulso puede simbólicamente “ascender a los cielos”. La piel con la que se hace la membrana del tambor también tiene una gran importancia, pues permite al chamán compartir la naturaleza simbólica del animal; en otras palabras, puede abolir el tiempo y recuperar su condición original.

Los Padres de la Iglesia como el patriarca de Alejandría Atanasio (298 – 373) o el mismo San Agustín entendían que el tambor tenía un valor simbólico de intermediario entre el cielo y la tierra. Afirmaban que la piel de la membrana (la carne) era estirada sobre la caja, es decir, era crucificada como el Hijo de Dios, representando el altar sacrificial. En este sentido y del mismo modo que el cuerpo del Salvador es ungido, también lo es la piel o parche del tambor que se unta con una pasta especial y secreta para conseguir distintas tonalidades.

Y es que el tambor como una barca espiritual que permite pasar del mundo visible al invisible, constituyendo un verdadero microcosmos, un límite “topográfico” que separa el Cielo de la Tierra, y en ciertos lugares, la Tierra del Infierno (recordemos que el héroe asirio-babilónico Gilgamesh desciende a los Infiernos para traerse consigo un tambor).

Hoy el hombre se encuentra rodeado de una gran cantidad de objetos, instrumento, útiles que pasan desapercibidos, ignorados, que son utilizados y luego olvidados en un rincón como si fuesen seres sin alma, y es por eso por lo que vemos el tambor como un instrumento vacío, superficial, “muerto”. Hemos perdido la capacidad de ver las cosas en su esencia porque hemos perdido la capacidad de conectar con la Divinidad. Nos queda la esperanza de que un día los hombres decidan reestablecer la comunicación con los dioses o, como dice Mircea Eliade, volver al “origen”. De esta manera el tambor interior que porta cada hombre (el corazón) latirá al unísono con el Gran Tambor Cósmico de la Creación, el microcosmos danzará al fin en armonía con el Macrocosmos.

“¡Ve y diles a nuestros enemigos la falta de valor y la desesperanza, oh tambor!

¡Rebeldía, turbación, espanto, he ahí lo que les insuflamos!

Tú que estás hecho del árbol y de la piel de las vacas rojas,

Oh bien común de todos los clanes,

Ve a dar la alarma a nuestros enemigos…

¡Retumba sobre ellos, haz que se estremezcan, confunde sus almas!…

¡Que los tambores aúllen a través del espacio cuando deshechos se vayan los ejércitos enemigos que avanzaban en líneas!”

Attharva Veda 5-21

Escrito por Juan E. Ferrer

Imagen

«The beat of an african drum» por max_think_sees bajo BY-NC-SA 2.0