Héroes cotidianos

Entre las muchas cosas que ya “no se llevan”, está lo heroico, el sentido heroico de la vida. Eso de los héroes queda para los libros, ya ni siquiera libros de historia sino de historias fantásticas para los niños a los que se entretiene con héroes de papel o de celuloide, siempre y cuando no intervenga el psicólogo de turno para expresar que tales relatos distorsionan la mente infantil.

Pero a pesar de las entretenidas modas, la vida, en su rico muestrario nos ofrece muchas más heroicidades de las que uno está dispuesto a admitir. No se trata de los grandes personajes, de esos que a pesar de la opacidad de las críticas envidiosas, siguen brillando con luz propia en el tiempo; no. Se trata de los pequeños héroes cotidianos que realizan verdaderas gestas, con un esfuerzo digno de titanes, aunque tengan la altura de los hombres.

Cada uno tiene su medida. Cada uno tiene sus sentimientos y sus ideas, cada uno tiene sus sueños, sus ambiciones. Cada uno tiene sus deseos de cambiar, de mejorar, de dejar el mundo un poquitín diferente de cómo lo encontró… Y allí, en ese cada uno, con todas esas características, está el héroe cotidiano, el que se afana laboriosamente para conseguir algo o mucho de lo mencionado. Si algún escritor dotado recogiese las peripecias de estos personajes anónimos y les diese expresiones con la palabra, convertiría personajes y peripecias en héroes y heroicidades, porque sabría destacar el valor de cada experiencia, la valentía de cada minuto.

Cuando la Filosofía Clásica ponderaba a los héroes haciéndolos reconocer por todos, creo que no se apoyaba solamente en gestas guerreras o actos sobresalientes de destreza psíquica-biológica. Creo entrever en más de un filósofo una callada y sutil invitación a emular a esos héroes desde la sencillez de nuestras propias vidas, desde el puesto de guerra – ¿Por qué no? – que el Destino nos ha concedido a cada uno de nosotros.

El sentido heroico de la vida no se agota en una batalla, ni en una oportunidad difícil de la que hayamos podido salir victorioso. Por eso hablamos de un sentido de la vida, y no de una ocasión en la vida. El sentido de la vida es como una dirección general, es un sendero que con más o menos vericuetos, lleva hacia una meta. Y la heroicidad consiste, pues, en enfocar cada día, cada acto, como una prueba en que todas nuestras fuerzas, desde las físicas hasta las sutiles de la inteligencia y del alma, van entrar en juego. A veces caeremos, y otras tantas y cuantas hagan falta, nos volveremos a levantar… Entonces, ¿no sientes aún al héroe en ti? Hazle sitio y lo verás crecer como una columna en tu propio interior.

Esta es una situación a lo heroico: ser diferente, ser mejor, ser claro, honesto y razonable en nombre de una filosofía natural cuando todos insisten en destruirse en alas de cursilería y de la ignorancia.