La importancia de ser idealistas

Hay quien asegura que nuestra época se caracteriza por la seriedad y definiciones claras en cuanto al enfoque de la vida. Sin embargo, como filósofos, creemos que más que definiciones claras lo que hay son extremos definidos, cosa propia de los momentos históricos críticos.
Véanse, si no, los ejemplos que nos ofrece la vida misma y los que aparecen reflejados en los medios de comunicación (¿ o incomunicación?). Hace unos pocos días he leído en un periódico el resultado de unas encuestas que afirman que los jóvenes europeos de la presente década son menos idealistas que los de la década anterior; lo que antes era rebeldía y activismo político, se ha transformado en consumismo y deseos de éxito personal; y en muchos países, el idealismo ha dejado paso a unos valores más “adultos” y “sensatos”. Todo ello, traducido, viene a ser algo así como bienestar y comodidad antes que idealismo y espiritualidad.
Por contrapartida existe el otro extremo, que tampoco tiene nada de idealismo, sino de fanatismo exacerbado, señal evidente de que no hemos logrado el tan ansiado y cantado equilibrio. El fanatismo se nos presenta, ya no como defensa apasionada de los propios principios e ideas, sino como destrucción de todo aquello que le sea contrario o simplemente diferente.
Esa peligrosa pasión, irrefrenable, se manifiesta de múltiples formas, desde las sutiles hasta las brutales. Hay quien hiere y mata con el uso y abuso del poder y de las influencias, y hay quienes condenan descaradamente a muerte a los que consideran como enemigos de sus fanatismos. Todavía no se han apagado los ecos de públicas peticiones de caza y captura, o de muerte sin más, para quienes escriben, hablan o piensan según su propio criterio, sin el “permiso” de los fanáticos de turno.
Así, nuestro mundo se balancea entre estos dos extremos igualmente deplorables: la violencia del fanatismo y la molicie de los que sueñan sólo con su comodidad personal. Es evidente que los últimos hacen el vacío indispensable para que los primeros llenen esos espacios, con las consabidas secuelas de males individuales y generales para la humanidad.
Por ello reafirmamos una vez más la importancia de ser idealistas, de vivir las ideas y no complacerse sólo con el estudio intelectual de los que otros han pensado. Vivir una idea es tanto o más importante que vivir para el cuerpo, pues ni el cuerpo podría moverse si no tuviera ideas que lo dirigiesen. Y en este caso nos importa, no sólo mover el cuerpo, sino mover el alma en busca de una civilización mejor, que puedas sustituir con éxito la crisis que hoy nos oprime.