Todavía nos preguntamos ¿quién soy?, ¿de dónde vengo? y ¿a dónde voy?

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Cuando en numerosas oportunidades destacamos la importancia de la Filosofía para dilucidar la eterna pregunta del “Quién soy”, no hacemos más que señalar una realidad que fue válida hace cientos de siglos y sigue hoy en plena vigencia.

El hombre –genéricamente hablando- necesita reconocer su propia identidad, y no sólo eso, sino también su papel en el mundo, en la corriente de la vida, el sentido de su existencia.

Una vez más, los problemas, discusiones y elucubraciones de moda, hacen saltar a un primer plano esta necesidad. Ya no se alcanza – mejor dicho, no se llega- a decidir sobre la universalidad del concepto “hombre”, sino que la incertidumbre ataca a la dualidad fundamental en la que se expresa el ser humano: ¿qué es lo femenino?, ¿qué es lo masculino?.

Desde el punto de vista patriarcal, exagerado y deformado, que se viene aplicando en los últimos quinientos años como mínimo, lo masculino es lo genéricamente universal, y la situación de la mujer queda reducida a la de “hueso supernumario”.

Pero he aquí que estallan múltiples movimientos feministas que abogan denodadamente por otorgar a la mujer un sentido universal, con sus propias características, naturalmente, pero en nada alejado de la racionalidad, la inteligencia y la filosofía que eran atributos exclusivos del hombre. Ya no se acepta aquella duda expuesta en el siglo VI, en el Concilio de Macon, sobre si la mujer puede ser considerada “homo” en el pleno sentido de la palabra…

Y, por contrapartida, el hombre reclama su propia identidad, no sólo universal –que ésa siempre la tuvo- sino como algo aparte de lo genéricamente humano, tratando de descubrir las características y funciones que lo distinguen.

Esta es la muestra más evidente del desconcierto. Hombres y mujeres no saben quiénes son como tales y, o bien tienden a una exageración de sus particularidades para hacerse notar, o bien desdibujan sus rasgos y los hunden en los del sexo opuesto para ganar terreno de otra manera…

El desconcierto se ceba en al dualidad, al tiempo que desconoce su sentido; desconoce la síntesis primera que engloba y justifica la dualidad. Desconoce el significado profundo del ser humano, más allá de su expresión como hombre o mujer.

La Filosofía tradicional y clásica nos aporta su respuesta centrando en el espíritu – sin sexo, ni edad, ni diferenciación alguna- el concepto de lo humano y, por tanto, de lo masculino y lo femenino. Es la Filosofía la que, como fundamento de una educación acorde, puede colaborar en este proceso de identidad, indispensable para otorgar sentido a la vida.

Es, como siempre lo ha sido, la clave del “Quién soy”, base lógica del “De dónde vengo y hacia dónde voy”.

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«El pensador-Rodin-Caixaforum-2» por Carlos Delgado bajo BY-SA 3.0