El libro de la Tierra

librotierraLos estratos son las hojas del libro de la Tierra. Son capas de variadas tonalidades y composición; unos son fruto del material lanzado en las erupciones volcánica, como el basalto; otros son materiales de arrastre de un antiguo glacial, como la morrenas; otros son sedimentos de un río, como la arcilla; otros son restos de animales marinos empujados por el oleaje del mar, como las conchas.

Cuando dichos materiales van quedando tapados por otros, y quedan a varios metros bajo tierra, se hallan sometidos a la influencia de la humedad, de la presión y de otros factores, que dan lugar a la formación de los estratos cementando las partículas sueltas, provocándose reacciones químicas, dando lugar a las capas, formadas unas veces de materiales disgregables, como los conglomerados, la misma arena, o a otros más resistentes como la piedra arenisca o la roca caliza. En el caso de materiales procedentes de erupciones volcánicas, tras solidificarse las coladas se consolidan y forman los estratos.

A veces se muestran como capas ordenadas, como hojas de un libro dejadas caer sobre los sustratos inferiores, y por lo tanto colocadas en horizontal. Otras veces son como atormentados paisajes, con pliegues, fracturas o fallas, con cortes causados por los movimientos que han sufrido a lo largo de su prolongada existencia.

Los estratos más profundos, en principio, son más antiguos, y los más externos se presupone que son más recientes, y por ello se superponen. Pero los movimientos orogénicos, la erosión, las inundaciones, los terremotos, las erupciones volcánicas y otras situaciones similares dan al traste con la tranquilidad de las hojas de nuestro libro, y se hallan traspapeladas, arrugadas, manchadas con otros materiales traídos Dios sabe de donde, y dificultan la labor del geólogo que debe ir reconstruyendo la historia de la Tierra.

Los restos fósiles de animales y vegetales que habitaron en esas capas delatan la antigüedad de esos estratos, y de este modo no sólo podemos leer en el libro de la Tierra, sino tener una idea, aunque a veces sea tan sólo aproximada, de cuándo fueron escritas sus páginas. Una vez identificada la edad de algunos fósiles característicos, su aparición permite correlacionar la antigüedad de los estratos en que se encuentran.

Algunos de dichos fósiles son una mera burbuja de aire en mitad de un estrato compacto, puesto que su materia orgánica se descompuso y en su lugar quedó tan sólo un molde de su forma, un rasgo de ausencia. Otras veces, los ancestrales animales a los que hoy tan fríamente llamamos restos fósiles nos dejaron su misiva desde el fondo de los tiempos, pues dejaron marcadas tan sólo las huellas de sus conchas, o dejaron sobre la arcilla su grácil reptar, antes de que se endureciera y petrificara la página de su existencia.

Por lo tanto, cuando te asomes a contemplar el libro de la Tierra, por poco que sepas leer en sus líneas, muéstrate reverente, pues el tiempo no pasa en balde, ni para los materiales y extinguidos animales, ni tampoco para ti; aún sabiendo que somos la argamasa con que se cementarán los paisajes del futuro, hemos estado alguna vez dignamente de pie en la lucha y el placer de la Vida. Aunque nosotros seamos aparentemente perecederos, recuerda que vivimos, morimos, y tal vez somos la propia conciencia del Tiempo, de ese Tiempo inextinguible, que funde y refunda con los viejos metales las joyas del futuro.

Imagen

«Bird Woman Falls with Mountains all Around» por Mark Stevens bajo BY NC SA 2.0