Los bosques

Los grandes bosques inspiraban a los primitivos tanto terror religioso como los mares, los lagos y las aguas corrientes y profundas. El ruido del viento en los grandes árboles les causaban una emoción que llevaba su pensamiento hacia un poder superior y divino. Por eso las selvas y los bosques han sido los primeros lugares destinados ala divinidad. Los primitivo, además fijaron su vivienda en los bosques y era natural que hicieran habitar a los dioses donde ellos mismos. Pero escogieron los más sombríos lugares para el ejercicio de la religión. Les parecía, en la semiobscuridad, bajo las sombras casi impenetrables a los rayos del sol, que la divinidad era mucho más asequible y se comunicaba más libremente y era mucho más atenta a sus súplicas. En lo sucesivo, cuando reunidos en sociedad, los hombres elevaron sus templos, la arquitectura de estos edificios, por sus altas columnas, sus bóvedas y su semiobscuridad, recordaba aún la selva primitiva.
En recuerdo de estas primitivas edades se plantaba siempre junto a los santuarios y templos, por lo menos, algunos árboles tan respetados como el mismo santuario. Estos árboles eran a menudo lo bastante numerosos para formar un bosque sagrado. En estos bosques se reunía el pueblo los días de fiesta; en ellos se hacían comidas públicas acompañadas de bailes y juegos. De los árboles se suspendían ricas ofrendas. Los más hermosos árboles eran adornados con festones y banderolas, como estatuas de los dioses. Los bosques sagrados eran como otros tantos asilos donde el hombre y las bestias inofensivas estaban bajo la protección de la divinidad.
En Claros, isla del mar Egeo “había, según Elien, un bosque consagrado a Apolo donde no entraba bestia alguna ponzoñosa. En los alrededores se veían muchos ciervos que al ser perseguidos por los cazadores se refugiaban en el interior del bosque: los perros, repelidos por la todopoderosa fuerza del dios, ladraban en vano y no osaban entrar mientras los siervos pasaban sin temor”.
En Epidauro, el templo de esculapio estaba rodeado por todas partes de un bosque de espesas vallas… en este circuito no se dejaban morir a enfermo alguno de los venidos a consultar el dios.
Las selvas más veneradas de Grecia eran las de Nemea, en Argólida, donde se celebraban, en honor de Hércules, los juegos nemeanos y las Dodona, en Epiro, donde, por favor de Júpiter, las encinas predecían el porvenir