Mozart, cuando el genio se hace hombre

Nacido en Salzburgo en 1756, Mozart fue el último de una familia de siete niños, de los que una sola hija, Marianne, quedaba con vida. Su padre fue músico y compositor; muy pronto se dio cuenta del talento de Wolfgang y le dio sus primeras clases de clavecín a los cuatro años.
A los seis años, Mozart ya compone. Toda su infancia se traduce en música; sus juegos, sus emociones. Su hermana es, asimismo, una música excelente. De modo que el padre, orgulloso de sus dos hijos, decide hacerlos conocer por toda Europa emprendiendo largos viajes con ellos. Esta vida ambulante, sumada a las difíciles condiciones de transporte de la época, resultará perjudicial para la ya frágil salud de Wolfgang. A todo lo largo de su vida, éste se verá afectado por distintas enfermedades. Otro aspecto de la infancia de este genio es que, al entrar tan pronto en contacto con el mundo de las grandes personalidades, no tuvo prácticamente oportunidad de departir con otros niños de su edad. Ya adulto, tendrá pocos amigos y casi nadie con quien compartir ideas profundas. Ni siquiera su esposa podrá comprender su genio.
Sus viajes lo llevaron especialmente por Austria, Alemania, Bélgica, Francia, Inglaterra, Italia. Los contactos con estos pueblos nutrieron abundantemente su cultura general. Su música va más allá de todas las fronteras nacionales y de las limitaciones que éstas suponen: no es italiana, ni alemana, ni francesa. Esto es lo que explica la extraordinaria universalidad de Mozart.
En 1783 conocerá al compositor Haydn, quien será su profesor en un primer momento, para convertirse enseguida en su discípulo. Serán luego amigos y se dedicarán obras mutuamente. Haydn, músico muy conocido en vida, dirá: “Mozart es el más grande compositor que existe actualmente en el mundo”.
En 1784 Mozart entra en la logia masónica vienesa. Este contacto ejercerá una profunda influencia en su vida y en su obra. Murió en 1791.

El hombre

Wolfgang Amadeus Mozart poseía el sentido más delicado de la poesía lírica, así como del drama. Sin duda había debido leer mucho: su biblioteca contenía libros de viajes, de historia y de filosofía. Apasionado por las matemáticas, cuando pequeño, ¡llenaba de números las mesas y las paredes! Especialmente dotado para las lenguas, conocía el inglés, el italiano, el alemán y el latín de los textos litúrgicos. Asimismo apreciaba los paseos a caballo, la esgrima, el billar, la danza. Amaba los pájaros: durante tres años conservó un estornino que había aprendido a cantar los primeros compases del tema de uno de sus conciertos para piano.

Su carácter, su naturaleza

Alegre por naturaleza, Mozart era afecto a las diversiones. Amaba las cosas de la vida, pero sin atarse exageradamente a ellas. Era incapaz de concebir el mal. No existe sensiblería en su música y nunca introdujo en ella ningún elemento vulgar. Jamás se apiadó de sí mismo a pesar de sus pruebas. Discreto, su genio no se revelará en profundad más que en su música. Poseía un gran amor y respeto por los demás. Amante de la verdad, estaba al acecho de todo aquello que podía aprender, en una constante búsqueda por ampliar su comprensión.
Se mostraba implacable con todas las formas de opresión. No soportaba ser tratado como un criado. En su época, el desprecio de los aristócratas por los intelectuales y los artistas era corriente. Él reivindicaba la independencia total del artista, aún cuando ello pudiera conducirlo a la miseria. Se inclinaba delante de la verdadera grandeza, e ignoraba siempre la bajeza, la envidia. Acogedor para los jóvenes músicos, también los protegía. Cuando daba con alguno que se mostraba sensible a su arte, tocaba durante horas, así se tratase del hombre más insignificante o más desconocido.
Era un hombre de fe. Su pertenencia a la masonería no estaba en contradicción con su práctica religiosa.
El verdadero genio sin corazón es un contrasentido. Pues ni la elevada inteligencia, ni la imaginación, ni ambas dos en conjunto hacen al genio. ¡Amor! ¡Amor! ¡Amor! He aquí el alma del genio.
“Yo querría tener todo lo que es bueno, puro y bello ¿de dónde viene, pues, que aquellos que no están en situación de hacerlo querrían prodigarlo todo por las cosas bellas, y que aquellos que lo están, no lo hagan?”

El compositor

“La idea crece más y más, yo la desarrollo y la explico; la obra está casi lista en mi mente, aún si es larga, de modo que luego, yo la abrazo en mi espíritu de una sola mirada, como un cuadro hermoso o un bello nombre, y la escucho en mi imaginación, no en la sucesión en que deberá aparecer, sino de un solo golpe en su totalidad. ¡Qué festín! Todo el trabajo de imaginación y de elaboración se realiza en mí como en un sueño profundo y hermoso, cuyo mejor aspecto es ese género de visión global.” (Mozart)

El “divino Mozart” dejó un misterio alrededor de su persona: su precocidad, su rapidez de escritura, la perfección de su armonía que no choca jamás, son otros tantos puntos de interrogación. Parecía acuciado por la necesidad de producir como si él presintiese la brevedad su existencia.
Aunque escribió por encargo y por necesidad material, Mozart abordó con éxito todos los géneros de obras. Si hay una forma que está muy cerca de él, es la ópera. La voz es su instrumento predilecto. El número de sus obras es prodigioso, (más de 600), aunque difícil de determinar exactamente, debido a las partituras perdidas y las dudas concernientes a la autenticidad de ciertas páginas de su catálogo.

El pedagogo

En una carta del 7 de febrero de 1778, Mozart habla de la enseñanza en estos términos:
Es un género de trabajo para el cual yo no estoy hecho…Yo doy de buena gana mi lección porque me complace, sobre todo cuando veo a alguno con genio, alegría y deseos de aprender. Pero estar obligado a ir en horas regulares a otra casa, o esperar en la mía, soy incapaz, aún si he de ganar dinero. Yo dejo esto a las personas que no saben otra cosa que tocar el piano. Yo soy un compositor, nacido para ser director de capilla; yo no debo ni puedo enterrar así el talento de compositor del que Dios me ha dotado en su benevolencia (lo digo sin presunción pues soy más que nunca consciente de ello); no obstante, eso es lo que sucedería si tuviese numerosos alumnos”.
Mozart ha preparado libros de ejercicios para sus discípulos. Ha escrito piezas concebidas con una finalidad didáctica. Sus alumnos mencionan el desorden que reinaba en sus papeles y en sus notas. A veces debía retranscribir de memoria sus composiciones porque no encontraba los originales: ¡le resultaba más fastidioso buscarlos que volverlos a escribir! Las partituras rodaban por toda la casa; eventualmente los plagiadores podrían servirse de ellas y probablemente no se privaron de hacerlo. Cierto número de partituras escritas por su propia mano se han extraviado. ¡En cuanto a él, llegó a olvidar que era el autor de sus propias creaciones!

Su concepción de la Música

En una época en que la profesión artística era mal vista, Mozart va a reivindicar el respeto por la música, haciendo que se le rinda justicia. Componer es su vocación. Tiene una profunda conciencia de su misión de compositor; él debe servir a través de la música. Ella es el sentido de su vida. Lo esencial es el mensaje que se transmite a través del arte. Un sentido sagrado de la inocencia y de la moralidad se desprende de sus composiciones. Conduce al oyente a rendir culto simultáneamente al arte y a la virtud.

Su concepción de la vida y de la muerte

Mozart amaba las cosas agradables de la vida aunque sin llegar a excesos. Conoció los placeres físicos y materiales sin apegarse a ellos pues había comprendido que ésa era una vía sin salida.
La muerte no es un evento angustiante: es el desenlace natural de la vida. Para el compositor, no tiene nada de espantoso. La muerte es el misterio central de su obra y de su vida. Tiene la certeza de que se trata de un pasaje hacia una vida mejor. Sus grandes partituras líricas expresan la muerte como una transformación de la vida perecedera en vida verdadera. La luz que está más allá juega un gran papel en sus composiciones líricas. La muerte está presente en toda su obra, pero no está enfocada como un drama. Su pertenencia a la masonería le había ayudado a enfrentar esta prueba común a todos los seres. Su fe en la inmortalidad le permitía ir hacia la muerte como “hacia la mejor y más sincera amiga”.
He aquí lo que expresa al respecto en una carta dirigida a su padre en 1786. Tenía entonces 30 años:
“Como la muerte es la verdadera finalidad de nuestra vida, desde hace algunos años yo me he familiarizado de tal modo con esta auténtica y excelente amiga del hombre, que su rostro, no sólo no tiene nada de terrible para mí, sino que me resulta muy apaciguadora y muy consoladora; y yo agradezco a dios el haberme dado la felicidad de aprovechar la ocasión (alusión a la masonería) de aprender a conocerla como la clave de nuestra verdadera felicidad”.
“No me voy jamás a la cama sin reflexionar que puede ser que mañana (aún tan joven como soy) ya no esté más aquí…y no obstante nadie entre todos los que me conocen, puede decir que soy pesaroso o triste en mi conversación,,, yo agradezco cada día a mi Creador por esta felicidad, y la deseo cordialmente a cada uno de mis semejantes”.

El genio de Mozart reside especialmente en la universalidad de su música: ésta aporta felicidad a los enamorados de la elegancia y de la sutileza, así como a las almas para las que la inspiración y el arte no está no está separadas de los más altos interrogantes de la vida. Los pueblos llamados “primitivos”, al escuchar las armonías mozartianas, reconocen en ellas una música mágica, sagrada. Gracias a esto último es que resultan posibles los contactos entre mentalidades muy diferentes.

La infancia como la vejez son particularmente tocadas por esta música emanante de un joven hombre cuya obra es de una madurez de espíritu que sobrepasa largamente su edad física.
Como la mayor parte de los genios, Mozart no ha escapado a la crítica, a la injusticia y la incomprensión de los hombres.

En este homenaje al ejemplo de artista-filósofo que nos ha dado: él ha sabido vivir plenamente su existencia como dando cada cosa en el sitio más conveniente. ¿Acaso esta armonía del hombre interior no ha trascendido en su música sublime como para que sea denominadora “divina”?
¿Puede ser que este llamado a la perfección sea el que haga resonar por igual al niño, al viejo, al “hombre primitivo” y al hombre “civilizado”.

Claude Pardón
(traducción de la Revista “Nouvelle Acropole”, Bélgica.)