Nacimiento de Eros

eros

Se hace imprescindible, dadas las características del mes de la primavera, escribir algo acerca del Amor. Se dice siempre que con el advenimiento de esta época del año, viene también cierta semblanza de aire optimista en el corazón de los hombres, al unísono con la naturaleza que está en su momento de renacimiento, de retorno del sol invicto, que tras los meses de oscuridad, se impone y surca los cielos triunfante para darle a la naturaleza el impulso generatriz. Es por este motivo y no otro, que los antiguos restos de perdidas culturas quedan a través de la fiesta de la primavera, como fiesta de la juventud y del amor. Esta característica de la Naturaleza, se ha asimilado en los tiempos modernos más bien con la paz, como un elemento unificador (que lo es), pero siempre bajo el sentido de paz. Pero para las tradiciones viejas, el Amor representa mucho más que eso. Transcribimos en esta oportunidad un mito platónico que justamente, basándose en la antigua mitología griega nos habla del amor. Este mito, “El nacimiento de Eros”, escrito en el libro de Platón “El Banquete”, de este mito, juntamente con otro mito de “El Fedro” constituyen el conocido concepto de Amor Platónico, que se entiende hoy como un tipo de amor entre personas más bien espiritual, aunque la vulgarización de este nos ha llevado a hablar del amor platónico, simplemente como de un amor imposible.

No es raro descubrir la cantidad de pensadores que han discutido sobre este controvertido tema del amor, por el que finalmente el ser humano se motiva más allá de lo racional para la vida o para muerte. En la infancia es el amor de padres a hijos, en la adolescencia una fuerte sensación de falencia y aventura, en la madurez el sentido más profundo de compromiso y en la vejez la familia y la compañía.

Pero no es nuestro afán descubrir lo ya descubierto ni dirimir tema tan delicado, y tan sensible, estudiado por grandes psicólogos, científicos y filósofos, si no simplemente mostrar algunos aspectos simples que pueden quizás ayudarnos a canalizar esa poderosa energía en la concreción de un individuo mejor, más justo y más bueno.

Basándonos en el mito, el Amor es hijo de Poros, la abundancia, y de Penia, la pobreza. Puede esto parecer extraño, pero el símbolo es claro ya que el amor sí no fuera pobre, no tendría el impulso para poder buscar, pero si a la vez no tendría riqueza, no podría adquirir lo que busaca cuando lo encuentra. Pero por otro lado se dice también que el amor es hijo de Zeus, de la inteligencia pura. Este es el Amor puro, el alma divina, la nuestra propia que se extasía ante la contemplación del primer ser. Pero el otro amor Pandemus, el rico y pobre a la vez, el que no pudiendo apreciar a Belleza arquetípica., se enamora del resplandor que brilla sobre las cosas sensibles. No comprende que esos amores son efímeros, porque para llegar a lo bello es necesario abandonar la belleza de algo y descubrir la belleza en algo. Pero esto último requiere cierta comprensión de la naturaleza.

Es necesario, dadas las particularidades especiales de la sociedad actual, en un ambiente beligerante, discutir este tema del Amor. ¿Qué es en realidad lo que todo ser humano busca? ¿No es finalmente la fuerza del amor, las falencias, que lo impulsan a actuar en función de logros, metas, materiales en su mayoría, o de satisfacción de necesidades en general? Más bien hay siempre en el fondo algo que nunca se satisface, que da la sensación de un gran vacío, por tal motivo es extremadamente necesaria en estas circunstancias la reflexión, el reencuentro con los aspectos simbólicos más profundos, para salir del circuito de lo que más bien, al contrario del amor, separa, genera odio, provoca muerte. Encaminarnos más bien tras el profundo símbolo del Amor, de la Unidad. Dejar de ver simplemente lo externo, las formas que definitivamente son efímeras, y se degradan, si no más bien ir a la luz y no al brillo, al fondo, al verdadero ser humano. El egoísmo, y el no entender que más allá de las formas hay un espíritu, un ser humano, tan necesitado como cualquiera de sabiduría, está llevando a la humanidad y en lo particular a nuestra sociedad boliviana,  a la más irracional de las posiciones. Ya decía Platón que el mundo de la opinión, es un mundo inestable y peligroso. Más seguro nos fuera, callar y observar. Pero, los poseedores de la verdad, hacen peligrar el más simple de los sentidos y el menos común “El sentido común”.

Escrito: Por Antonio Russo

MITO EL NACIMIENTO DE EROS.
(El Banquete)
[Págs. 584/585]

-Pues al menos en lo que toca al Amor, has reconocido que su indigencia de cosas buenas y bellas le hace desear esas mismas cosas de que está falto.
-Lo he reconocido, en efecto.
-¿Cómo puede ser, según eso, dios el que no tiene parte de lo bello y de lo bueno?
-Es imposible, al parecer.
-¿Ves ahora –me dijo- que tú tampoco consideras dios al Amor?
-¿Qué cosa puede ser entonces el Amor? –le objeté-.  ¿Un mortal?
-No, ni mucho menos.
-Entonces, ¿qué?
-Como en los casos anteriores –repuso-, algo intermedio entre mortal e inmortal.
-¿Qué, Diotima?
-Un gran genio, Sócrates, pues todo lo que es genio, está entre lo divino y lo mortal.
-¿Y qué poder tiene? –le repliqué yo.
-Interpreta y transmite a los dioses las cosas humanas y a los hombres las cosas divinas, las súplicas y los sacrificios de los -unos y las órdenes y las recompensas a los sacrificios de los otros.  Colocado entre unos y otros rellena el hueco, de manera que el Todo quede ligado consigo mismo.  A través de él discurre el arte adivinatoria en su totalidad y el arte de los sacerdotes relativa a los sacrificios, a las iniciaciones, a los encantos, a la mántica toda y a la magia.  La divinidad no se pone en contacto con el hombre, sino que es a través de este género de seres por donde tiene lugar todo comercio y todo diálogo entre los dioses y los hombres, tanto durante la vigilia como durante el sueño.  Así, el hombre sabio, con relación a tales conocimientos, es un hombre “genial”, y el que lo es en otra cosa cualquiera, bien en las artes o en los oficios, un simple menestral.  Estos genios, por supuesto, son muchos y de muy variadas clases y uno de ellos es el Amor.
-¿Y quién es su padre –le pregunté- y quién es su madre?
-Más largo es de explicar, pero, sin embargo, te lo diré.  Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete, y entre ellos estaba también el hijo de Metis (la Prudencia), Poro (el Recurso).  Una vez que terminaron de comer, se presentó a mendigar, como era natural al celebrarse un festín, Penia (la Pobreza) y quedóse a la puerta.  Poro, entre tanto, como estaba embriagado de néctar –aún no existía el vino-, penetró en el huerto de Zeus y en el sopor de la embriaguez se puso a dormir.  Penia, entonces, tramando, movida por su escasez de recursos, hacerse un hijo de Poro, del Recurso, se acostó a su lado y concibió al Amor.  Por esta razón el Amor es acólito y escudero de Afrodita, por haber sido engendrado en su natalicio, y a la vez enamorado por naturaleza de lo bello, por ser Afrodita también bella.  Pero, como hijo que es de Poro y de Penia, el Amor quedó en la situación siguiente: en primer lugar, es siempre pobre y está muy lejos de ser delicado y bello, como le supone el vulgo; por el contrario, es rudo y escuálido, anda descalzo y carece de hogar, duerme siempre en el suelo y sin lecho, acostándose al sereno en las puertas y en los caminos, pues por tener la condición de su madre, es siempre compañero inseparable de la pobreza.  Mas por otra parte, según la condición de su padre, acecha a los bellos y a los buenos, es valeroso, intrépido y diligente; cazador temible, que siempre urde alguna trama; es apasionado por la sabiduría y fértil en recurso; filosofa a lo largo de toda su vida y es un charlatán terrible, un embelesador y un sofista.  Por su naturaleza no es inmortal ni mortal, sino que en un mismo día a ratos florece y vive, si tiene abundancia de recursos, a ratos muere y de nuevo vuelve a revivir gracias a la naturaleza de su padre.  Pero lo que se procura, siempre se desliza de sus manos, de manera que no es pobre jamás el Amor, ni tampoco rico.  Se encuentra en el término medio entre la sabiduría y la ignorancia.  Pues he aquí lo que sucede: ninguno de los dioses filosofa ni desea hacerse sabio, porque ya lo es, ni filosofa todo aquel que sea sabio.  Pero, a su vez, los ignorantes ni filosofan ni desean hacerse sabios, pues en esto estriba el mal de la ignorancia: en no ser ni noble ni bueno, ni sabio y tener la ilusión de serlo en grado suficiente.  Así, el que no cree estar falto de nada no siente deseo de lo que no cree necesitar.