Narciso y la ninfa Eco

Narciso era hijo de la ninfa Liriope y de Céfiro, río de la Fócida, que despreció a la ninfa Eco por lo que fue castigado por la diosa Némesis. El divino Tiresias había predicho a sus padres que viviría mientras no se viese. Un día que él paseaba por los bosques, se detuvo en el borde de una fuente donde vio su imagen. Se enamoró de si mismo y, sin dejar de contemplar su cara en el agua, se consumió de amor en la orilla de esta fuente. Insensiblemente comenzó a arraigar en él césped bañado por la fuente y se cambió en la flor que lleva su nombre.
Cuentan otros que se dejó simplemente morir, rehusando la comida y la bebida y que, después de su muerte, su loco amor le acompañó hasta el Infierno, donde en las aguas del Stix se contempla aún.
Había una fuente en los alrededores de Tespis que se hizo famosa por esa aventura. Se llamaba fuente de Narciso.
Eco, hija del Aire y de la Tierra, ninfa del cortejo de Juno, favorecía las infidelidades de Júpiter entreteniendo a la diosa con largas historias cuando el jefe del Olimpo se ausentaba para engañarla. Juno se apercibió del artificio y la condenó a no hablar sino cuando la preguntaran y a ni dar por respuesta sino las últimas palabras de las preguntas que se le dirigieran.
Enamorada del joven y hermoso Narciso le siguió largo tiempo sin dejarse ver. Después de haber sufrido el desprecio del que amaba se retiró al fondo de los bosques y no habitó sino los antros y rocas. Allí se consumió de dolor y pena. Sus carnes adelgazaron sensiblemente, su piel se unió a sus huesos, sus huesos se petrificaron y de la hermosa ninfa no quedó sino la voz. Ella escucha por todas partes y siempre, si oye alguna frase repite las últimas palabras.
Pan, según algunos autores, se enamoró de la ninfa Eco, y de ella tuvo una hija llamada Siringe.